Las ciudades visigodas en el nordeste peninsular
Josep María Macias Solé
2019
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Las ciudades visigodas
en el nordeste peninsular
Josep Maria Macias Solé
ICAC
En los últimos años la arqueología ha ido resolviendo
uno de los principales problemas que caracterizaba el
conocimiento del período visigótico: la falta de hallazgos. Este hecho contrastaba con la abundancia de información histórica, cuya mayor parte proviene de la órbita
eclesiástica. Otras fuentes también narran la llegada del
mundo germánico a la Península, sus episodios bélicos y
el proceso de obtención del control político después de la
desaparición del Imperio. Además, dentro de la órbita jurídica, conocemos una realidad que refleja la complejidad
de esta transformación: los conflictos entre las élites hispanorromanas y las recién llegadas, la confrontación entre
arrianismo y catolicismo, y la convivencia con el mundo
judío. Afortunadamente, hoy disponemos de más evidencias materiales del período y eso se debe a una mejora de
los registros estratigráficos, de los estudios de materiales
◁ Vista general del complejo episcopal de Egara (Tarrasa).
Foto autor.
arqueológicos (preferentemente los cerámicos) y del desarrollo de técnicas analíticas (en especial las relativas a las
áreas funerarias y los restos orgánicos). Es una mejora que
se ha producido en todo el conjunto de la Península y, por
todo ello, la arqueología demuestra cómo la Hispania visigoda fue un período con personalidad propia, cuyo estudio es indispensable para entender la conformación de
la sociedad medieval. Ahora bien, cuesta aún cuantificar
la huella demográfica germánica en las antiguas ciudades
hispanorromanas, aunque sea indudable.
Las ciudades del nordeste peninsular habían formado parte, como las urbes valencianas, de la antigua provincia Hispania Citerior. A pesar de lo cual, la división de
este territorio entre las provincias Hispania Tarraconensis
y Carthaginensis efectuada por el emperador Diocleciano
durante la reforma del año 293, rompió, de forma administrativa que no efectiva, la unidad. Después, la desaparición de la Administración romana dio lugar al dominio
pragmático de una nueva élite religiosa, en buena parte
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descendiente de una antigua aristocracia hispanorro-
des en relación con la defensa y el control militar de un te-
mana que mantenía fuertes lazos entre las ciudades del
rritorio, aunque los orígenes de este rol hay que buscarlos
levante mediterráneo. Solo así podemos entender cómo
en las reformas tetrárquicas del nordeste peninsular, ín-
el obispo Justiniano de Valencia, el gran constructor de
timamente relacionadas con el control de la vía Augusta.
la sede episcopal del Turia, tenía tres hermanos igual-
En este contexto es fundamental apuntar los procesos
mente obispos: Justo, obispo de Urgell; Elpidio, obispo
de amurallado de ciudades —Gerunda y Barcino— y de
de Huesca, y Nebridio, obispo de Terrassa. Posiblemente,
construcción de fortificaciones próximas —Sant Julià de
este último también habría destacado por la monumen-
Ramis y Sant Cugat respectivamente—. Tarraco, la última
talización del gran episcopado de Egara, creado de la
capital hispana bajo dominio del Imperio, no tuvo nuevas
nada sobre un istmo. Este sería el nuevo referente de un
murallas porque aún gozaba de muros de once metros de
área de poblamiento disperso.
altura levantados durante el siglo II aC, a la vez que con-
La arqueología cristiana muestra como el poder
tinuaba siendo un punto estratégico para el control de la
eclesiástico, con su escenografía y ritualidad, pasó a ser
via Augusta y la conexión con Ilerda que llevaba al inte-
el gran motor de transformación de las ciudades de la
rior de Hispania. Aquí, las últimas excavaciones muestran
época o, en el caso de Egara/Terrassa, incluso del paisaje
un suburbio portuario plenamente activo hasta el primer
rural. La propia documentación eclesiástica reconoce la
tercio del siglo viii. No en vano, Tarracona fue, durante la
realidad no urbana de Terrassa y así lo hace constar cuan-
ocupación bizantina del sudeste, el principal puerto me-
do se menciona el lugar de celebración de los concilios
diterráneo bajo control de Toletum.
episcopales, por ejemplo: in urbem Caesaraugustanum
(592) o Barcinonensem (599), in locum Egara (614).
En el ámbito urbanístico Tarraco y Gerunda, edificadas sobre cerros, son casos similares que reflejan la per-
En el principio del período visigótico, las institucio-
petuación funcional y simbólica de las grandes plazas
nes eclesiásticas pudieron levantar libremente verdade-
romanas que, antiguamente, habían constituido el centro
ras christiana civitates y, una vez desaparecidos definiti-
neurálgico de sus comunidades. En la Tarracona visigoda
vamente los grandes edificios de espectáculos públicos
el poder político y religioso se recluyó en la Parte Alta, don-
de la sociedad clásica y todo lo relacionado con los cul-
de el nuevo episcopado ocupó la antigua plaza de culto
tos paganos, la expresividad urbana giró en torno al ca-
al emperador en un momento comprendido entre finales
lendario y la nueva ritualidad religiosa. No fue un proceso
del siglo v e inicios del vi. En Girona, se ubicarían en los
uniforme ya que todo dependió de la vitalidad específica
extremos de la antigua plaza forense la sede episcopal y
de cada ciudad, de su condición jurídica previa o de la
un palacio civil que tenía un área de almacenamiento que
organización eclesiástica instalada. En este proceso aún
ejemplifica la asociación entre el poder político y el eco-
queda por calibrar el papel geoestratégico de las ciuda-
nómico o fiscal. Más tarde, las respectivas sedes medie-
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Mapa del noreste de la península
Ibérica con las ciudades
mencionadas en el texto.
Las ciudades visigodas en el nordeste peninsular. Josep Maria Macias Solé
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Planta del primer grupo
episcopal de Barcubi en
el siglo v según J. Beltrán de
Heredia-Ch. Bonnet (Plano
© E. Revilla-M. Berti-MUHBA).
vales se superpusieron a las visigodas que se adaptaron
al antiguo urbanismo romano de tal manera que, frente
a las catedrales actuales, hay imponentes escalinatas que
perpetúan la función de unas antiguas escaleras romanas.
Barcinona representa un caso más complejo al disponer de más documentación arqueológica. Allí destacan la gran reforma de su perímetro defensivo a finales
del siglo iii y los resultados de los proyectos de búsqueda del subsuelo de la plaza del Rey y de la iglesia de los
Santos Justo y Pastor. En el siglo vi la ciudad mantuvo
una clara relevancia política en tanto que fue corte real de
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varios monarcas. El porqué fue Barcinona y no Tarracona
no está muy claro. Pero se ha supuesto que la situación
del siglo vi fue heredera de la del siglo v, cuando Barcino
ya había acogido tropas aliadas visigodas mientras que
Tarraco continuaba siendo la última capital hispana bajo
control Imperial y con importantes contingentes de tropas. Además, hay que tener en cuenta la fuerte tradición
católica de Tarracona, sede metropolitana y primada de
las Hispanias y relevante centro de culto martirial, frente
el arrianismo que acompañaba a la corte visigótica en los
siglos v y vi. La arqueología barcinonense muestra una ar-
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quitectura pública cristiana en el siglo v y una gran fase de
no hacen justicia a los indicios procedentes de las fuen-
monumentalización en el siglo vi, con el desmontaje defi-
tes. También es igual de incierta la realidad urbanística
nitivo de su recinto forense. Hay indicios de que la ciudad
de las antiguas ciudades romanas que no llegaron a ser
empezó a consolidar un papel preeminente en el nordes-
sedes episcopales —Iluro/Mataró, Aeso/Isona, Rhodes/
te peninsular. Las excavaciones muestran la capacidad de
Roses, Baetulo/Badalona, Sigarra/Prats del Rei, Iesso/
mantener su sistema de saneamiento urbano, a la misma
Guissona—. De todos estos núcleos lo que aporta más in-
vez que las fuentes indican que a finales del siglo vi fue
formación es el caso emporitano, que muestra un amplio
la sede del Fisco Barcinonensis con un alcance territorial
poblamiento disperso alrededor del núcleo encumbrado
importante. Se han identificado sus palacios episcopales
del actual San Martín de Empúries.
y condales dentro de un relevante epicentro de poder que
se desarrolló entre el antiguo foro y la muralla.
En el resto de ciudades la información es escasa y
desigual. A partir de mediados siglo v Ilerda no presenta
Estas grandes ciudades son los ejemplos mejor cono-
claros vestigios arqueológicos, pero sabemos que en el
cidos arqueológicamente. Se trata de antiguas ciudades
año 546 pasó a ser sede de un concilio provincial tarraco-
romanas que, gracias a la presencia de sedes episcopales,
nense y su cátedra se mantuvo hasta finales del siglo vii.
mantuvieron la continuidad de ocupación y relevancia
Dertosa era un puerto fluvial que nos ha proporcionado
geoestratégica en el contexto de la Hispania visigoda. Aquí,
numerosas evidencias que aún no han sido difundidas
el papel uniformizador de la Iglesia se constata en la coinci-
y además los restos funerarios muestran una ocupación
dencia cronológica de los cambios urbanísticos y también
en la etapa visigoda. La ingente actividad arqueológica
en la nueva expresividad arquitectónica. Fue el caso de las
desarrollada a Iesso permite constatar una perdurabi-
sedes de Barcinona y Egara, tan solo distanciadas por vein-
lidad urbana hasta el siglo vii, en la que quizá había un
tiséis kilómetros y con vínculos familiares entre sus arzobis-
segundo recinto defensivo como resultado de un proceso
pos. El recinto episcopal de Barcinona contó con una posi-
de contracción urbanística y demográfica. Iluro y Baetulo,
ble iglesia martirial con planta de cruz, como lo era la iglesia
próximas a Barcino y de dimensiones semejantes, pasa-
funeraria de San Miguel de Terrassa, en este caso de planta
ron a ser núcleos con un rol secundario hacia Barcinona.
griega insertada en un módulo cuadrado. A la vez, la nue-
Iluro nos ha proporcionado evidencias de una ocupación
va iglesia identificada bajo el actual templo de los Santos
urbana hasta el siglo v, además de restos ceramológicos
Justo y Pastor presenta una cabecera tripartida, y también
que perduran hasta el siglo vii y restos urbanísticos que
una de las iglesias del conjunto episcopal de Egara.
representan una ocupación urbana de baja densidad.
Poco sabemos del urbanismo de las otras sedes epis-
Junto a la documentación de procesos urbanos
copales —Ilerda/Lleida, Auso/Vic, Dertosa/Tortosa, Urgellum/
«continuistas», la arqueología ha confirmado la crea-
Seu d’Urgell y Emporiae/Empúries—, donde los vestigios
ción de una nueva ciudad visigótica, la civitas de Roda-
Las ciudades visigodas en el nordeste peninsular. Josep Maria Macias Solé
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l’Esquerda, vinculada al control territorial prepirenaico
y próxima a la sede episcopal de Aeso. Como la ciudad
de València la Vella, es una nueva creación, encumbrada
y próxima a un río. También es un caso que marca otro
ejemplo de dualidad con respecto a una ciudad romana
precedente. Así, Roda se encuentra a unos siete kilómetros del antiguo núcleo de Auso. La nueva ciudad fortificada tenía una superficie de unas doce hectáreas y se
fecha en el siglo vii dC, cuenta con restos funerarios y una
extensa área de almacenamiento con silos.
A pesar de todas estas evidencias, el conocimiento
de la ciudad visigoda es mucho menor en comparación
con el que tenemos sobre la ciudad clásica. Excepto los
edificios que podemos incluir en «la arquitectura del poder», que empleó materiales constructivos más perennes,
la falta de nuevos trazados viarios y una arquitectura doméstica sin el uso generalizado del mortero de cal han
disminuido las posibilidades de conservación. Por otro
lado, las dataciones a menudo dependen de la recuperación de producciones cerámicas regionales escasamente
tipificadas y conocidas, o bien de analíticas con amplias
horquillas cronológicas. También debemos diferenciar
entre la civitas como fenómeno urbanístico y la comunidad urbana estructurada. La etapa visigoda culminó un
proceso de desnaturalización de lo urbano que se inició
en la crisis de los siglos ii al iii dC. Más allá del factor aglutinador eclesiástico y de la pervivencia de murallas, como
elemento de protección de una comunidad agrourbana,
las ciudades no tenían una clara estructura organizativa.
◁ Detalle de trabajos arqueológicos realizados en el interior
de la Catedral de Tarragona en el año 2011. Foto autor.
Las ciudades visigodas en el nordeste peninsular. Josep Maria Macias Solé
Solo los factores eclesiásticos, comerciales y militares constituyeron los ejes vertebradores de unas nuevas
comunidades urbanas que se encontraban desprotegidas
ante las nuevas estructuras de poder. Sobre el primero, junto a la actividad constructiva, documentamos áreas funerarias intramuros, a menudo cerca de los antiguos foros romanos, o extramuros. Son lugares donde más adelante se
localizan parroquias o santuarios periurbanos medievales,
que reflejan un fenómeno de continuidad y preeminencia
urbanística que, en algunos casos, superaron períodos de
interrupción por la ocupación islámica. La actividad comercial se detecta a partir del numerario y de los materiales de importación recuperados. En cuanto al talante militar, las fortificaciones del territorio o las nuevas ciudades
de l’Esquerda y València la Vella permiten reconocer una
alta capacidad de organización del mundo visigótico.
En su mayoría, las ciudades de esta época presentan una ocupación pseudourbana en donde hay una
desestructuración de los servicios propios de una ciudad
tal como los conociéramos en el Alto Imperio romano. La
«gestión municipal» se debía encontrar en manos de las
jerarquías eclesiásticas y del comes visigótico. Por otro
lado, en los grandes espacios comerciales (teloneum,
cataplus, etc.), la fiscalización del Reino visigótico fue
evidente. Ciudades como Tarracona o Barcinona emitieron moneda y las recientes excavaciones han demostrado que había hornos de fundición de metales y/o vidrio.
Hemos documentado la pervivencia de espacios termales y posibles áreas de almacenamiento que ofrecen una
visión urbana que, progresivamente, mejora nuestra percepción sobre la ciudad premedieval.
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Las ciudades visigodas
en el nordeste peninsular
Josep Maria Macias Solé
ICAC
En los últimos años la arqueología ha ido resolviendo
uno de los principales problemas que caracterizaba el
conocimiento del período visigótico: la falta de hallazgos. Este hecho contrastaba con la abundancia de información histórica, cuya mayor parte proviene de la órbita
eclesiástica. Otras fuentes también narran la llegada del
mundo germánico a la Península, sus episodios bélicos y
el proceso de obtención del control político después de la
desaparición del Imperio. Además, dentro de la órbita jurídica, conocemos una realidad que refleja la complejidad
de esta transformación: los conflictos entre las élites hispanorromanas y las recién llegadas, la confrontación entre
arrianismo y catolicismo, y la convivencia con el mundo
judío. Afortunadamente, hoy disponemos de más evidencias materiales del período y eso se debe a una mejora de
los registros estratigráficos, de los estudios de materiales
◁ Vista general del complejo episcopal de Egara (Tarrasa).
Foto autor.
arqueológicos (preferentemente los cerámicos) y del desarrollo de técnicas analíticas (en especial las relativas a las
áreas funerarias y los restos orgánicos). Es una mejora que
se ha producido en todo el conjunto de la Península y, por
todo ello, la arqueología demuestra cómo la Hispania visigoda fue un período con personalidad propia, cuyo estudio es indispensable para entender la conformación de
la sociedad medieval. Ahora bien, cuesta aún cuantificar
la huella demográfica germánica en las antiguas ciudades
hispanorromanas, aunque sea indudable.
Las ciudades del nordeste peninsular habían formado parte, como las urbes valencianas, de la antigua provincia Hispania Citerior. A pesar de lo cual, la división de
este territorio entre las provincias Hispania Tarraconensis
y Carthaginensis efectuada por el emperador Diocleciano
durante la reforma del año 293, rompió, de forma administrativa que no efectiva, la unidad. Después, la desaparición de la Administración romana dio lugar al dominio
pragmático de una nueva élite religiosa, en buena parte
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descendiente de una antigua aristocracia hispanorro-
des en relación con la defensa y el control militar de un te-
mana que mantenía fuertes lazos entre las ciudades del
rritorio, aunque los orígenes de este rol hay que buscarlos
levante mediterráneo. Solo así podemos entender cómo
en las reformas tetrárquicas del nordeste peninsular, ín-
el obispo Justiniano de Valencia, el gran constructor de
timamente relacionadas con el control de la vía Augusta.
la sede episcopal del Turia, tenía tres hermanos igual-
En este contexto es fundamental apuntar los procesos
mente obispos: Justo, obispo de Urgell; Elpidio, obispo
de amurallado de ciudades —Gerunda y Barcino— y de
de Huesca, y Nebridio, obispo de Terrassa. Posiblemente,
construcción de fortificaciones próximas —Sant Julià de
este último también habría destacado por la monumen-
Ramis y Sant Cugat respectivamente—. Tarraco, la última
talización del gran episcopado de Egara, creado de la
capital hispana bajo dominio del Imperio, no tuvo nuevas
nada sobre un istmo. Este sería el nuevo referente de un
murallas porque aún gozaba de muros de once metros de
área de poblamiento disperso.
altura levantados durante el siglo II aC, a la vez que con-
La arqueología cristiana muestra como el poder
tinuaba siendo un punto estratégico para el control de la
eclesiástico, con su escenografía y ritualidad, pasó a ser
via Augusta y la conexión con Ilerda que llevaba al inte-
el gran motor de transformación de las ciudades de la
rior de Hispania. Aquí, las últimas excavaciones muestran
época o, en el caso de Egara/Terrassa, incluso del paisaje
un suburbio portuario plenamente activo hasta el primer
rural. La propia documentación eclesiástica reconoce la
tercio del siglo viii. No en vano, Tarracona fue, durante la
realidad no urbana de Terrassa y así lo hace constar cuan-
ocupación bizantina del sudeste, el principal puerto me-
do se menciona el lugar de celebración de los concilios
diterráneo bajo control de Toletum.
episcopales, por ejemplo: in urbem Caesaraugustanum
(592) o Barcinonensem (599), in locum Egara (614).
En el ámbito urbanístico Tarraco y Gerunda, edificadas sobre cerros, son casos similares que reflejan la per-
En el principio del período visigótico, las institucio-
petuación funcional y simbólica de las grandes plazas
nes eclesiásticas pudieron levantar libremente verdade-
romanas que, antiguamente, habían constituido el centro
ras christiana civitates y, una vez desaparecidos definiti-
neurálgico de sus comunidades. En la Tarracona visigoda
vamente los grandes edificios de espectáculos públicos
el poder político y religioso se recluyó en la Parte Alta, don-
de la sociedad clásica y todo lo relacionado con los cul-
de el nuevo episcopado ocupó la antigua plaza de culto
tos paganos, la expresividad urbana giró en torno al ca-
al emperador en un momento comprendido entre finales
lendario y la nueva ritualidad religiosa. No fue un proceso
del siglo v e inicios del vi. En Girona, se ubicarían en los
uniforme ya que todo dependió de la vitalidad específica
extremos de la antigua plaza forense la sede episcopal y
de cada ciudad, de su condición jurídica previa o de la
un palacio civil que tenía un área de almacenamiento que
organización eclesiástica instalada. En este proceso aún
ejemplifica la asociación entre el poder político y el eco-
queda por calibrar el papel geoestratégico de las ciuda-
nómico o fiscal. Más tarde, las respectivas sedes medie-
52 /
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Mapa del noreste de la península
Ibérica con las ciudades
mencionadas en el texto.
Las ciudades visigodas en el nordeste peninsular. Josep Maria Macias Solé
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Planta del primer grupo
episcopal de Barcubi en
el siglo v según J. Beltrán de
Heredia-Ch. Bonnet (Plano
© E. Revilla-M. Berti-MUHBA).
vales se superpusieron a las visigodas que se adaptaron
al antiguo urbanismo romano de tal manera que, frente
a las catedrales actuales, hay imponentes escalinatas que
perpetúan la función de unas antiguas escaleras romanas.
Barcinona representa un caso más complejo al disponer de más documentación arqueológica. Allí destacan la gran reforma de su perímetro defensivo a finales
del siglo iii y los resultados de los proyectos de búsqueda del subsuelo de la plaza del Rey y de la iglesia de los
Santos Justo y Pastor. En el siglo vi la ciudad mantuvo
una clara relevancia política en tanto que fue corte real de
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varios monarcas. El porqué fue Barcinona y no Tarracona
no está muy claro. Pero se ha supuesto que la situación
del siglo vi fue heredera de la del siglo v, cuando Barcino
ya había acogido tropas aliadas visigodas mientras que
Tarraco continuaba siendo la última capital hispana bajo
control Imperial y con importantes contingentes de tropas. Además, hay que tener en cuenta la fuerte tradición
católica de Tarracona, sede metropolitana y primada de
las Hispanias y relevante centro de culto martirial, frente
el arrianismo que acompañaba a la corte visigótica en los
siglos v y vi. La arqueología barcinonense muestra una ar-
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quitectura pública cristiana en el siglo v y una gran fase de
no hacen justicia a los indicios procedentes de las fuen-
monumentalización en el siglo vi, con el desmontaje defi-
tes. También es igual de incierta la realidad urbanística
nitivo de su recinto forense. Hay indicios de que la ciudad
de las antiguas ciudades romanas que no llegaron a ser
empezó a consolidar un papel preeminente en el nordes-
sedes episcopales —Iluro/Mataró, Aeso/Isona, Rhodes/
te peninsular. Las excavaciones muestran la capacidad de
Roses, Baetulo/Badalona, Sigarra/Prats del Rei, Iesso/
mantener su sistema de saneamiento urbano, a la misma
Guissona—. De todos estos núcleos lo que aporta más in-
vez que las fuentes indican que a finales del siglo vi fue
formación es el caso emporitano, que muestra un amplio
la sede del Fisco Barcinonensis con un alcance territorial
poblamiento disperso alrededor del núcleo encumbrado
importante. Se han identificado sus palacios episcopales
del actual San Martín de Empúries.
y condales dentro de un relevante epicentro de poder que
se desarrolló entre el antiguo foro y la muralla.
En el resto de ciudades la información es escasa y
desigual. A partir de mediados siglo v Ilerda no presenta
Estas grandes ciudades son los ejemplos mejor cono-
claros vestigios arqueológicos, pero sabemos que en el
cidos arqueológicamente. Se trata de antiguas ciudades
año 546 pasó a ser sede de un concilio provincial tarraco-
romanas que, gracias a la presencia de sedes episcopales,
nense y su cátedra se mantuvo hasta finales del siglo vii.
mantuvieron la continuidad de ocupación y relevancia
Dertosa era un puerto fluvial que nos ha proporcionado
geoestratégica en el contexto de la Hispania visigoda. Aquí,
numerosas evidencias que aún no han sido difundidas
el papel uniformizador de la Iglesia se constata en la coinci-
y además los restos funerarios muestran una ocupación
dencia cronológica de los cambios urbanísticos y también
en la etapa visigoda. La ingente actividad arqueológica
en la nueva expresividad arquitectónica. Fue el caso de las
desarrollada a Iesso permite constatar una perdurabi-
sedes de Barcinona y Egara, tan solo distanciadas por vein-
lidad urbana hasta el siglo vii, en la que quizá había un
tiséis kilómetros y con vínculos familiares entre sus arzobis-
segundo recinto defensivo como resultado de un proceso
pos. El recinto episcopal de Barcinona contó con una posi-
de contracción urbanística y demográfica. Iluro y Baetulo,
ble iglesia martirial con planta de cruz, como lo era la iglesia
próximas a Barcino y de dimensiones semejantes, pasa-
funeraria de San Miguel de Terrassa, en este caso de planta
ron a ser núcleos con un rol secundario hacia Barcinona.
griega insertada en un módulo cuadrado. A la vez, la nue-
Iluro nos ha proporcionado evidencias de una ocupación
va iglesia identificada bajo el actual templo de los Santos
urbana hasta el siglo v, además de restos ceramológicos
Justo y Pastor presenta una cabecera tripartida, y también
que perduran hasta el siglo vii y restos urbanísticos que
una de las iglesias del conjunto episcopal de Egara.
representan una ocupación urbana de baja densidad.
Poco sabemos del urbanismo de las otras sedes epis-
Junto a la documentación de procesos urbanos
copales —Ilerda/Lleida, Auso/Vic, Dertosa/Tortosa, Urgellum/
«continuistas», la arqueología ha confirmado la crea-
Seu d’Urgell y Emporiae/Empúries—, donde los vestigios
ción de una nueva ciudad visigótica, la civitas de Roda-
Las ciudades visigodas en el nordeste peninsular. Josep Maria Macias Solé
/ 55
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l’Esquerda, vinculada al control territorial prepirenaico
y próxima a la sede episcopal de Aeso. Como la ciudad
de València la Vella, es una nueva creación, encumbrada
y próxima a un río. También es un caso que marca otro
ejemplo de dualidad con respecto a una ciudad romana
precedente. Así, Roda se encuentra a unos siete kilómetros del antiguo núcleo de Auso. La nueva ciudad fortificada tenía una superficie de unas doce hectáreas y se
fecha en el siglo vii dC, cuenta con restos funerarios y una
extensa área de almacenamiento con silos.
A pesar de todas estas evidencias, el conocimiento
de la ciudad visigoda es mucho menor en comparación
con el que tenemos sobre la ciudad clásica. Excepto los
edificios que podemos incluir en «la arquitectura del poder», que empleó materiales constructivos más perennes,
la falta de nuevos trazados viarios y una arquitectura doméstica sin el uso generalizado del mortero de cal han
disminuido las posibilidades de conservación. Por otro
lado, las dataciones a menudo dependen de la recuperación de producciones cerámicas regionales escasamente
tipificadas y conocidas, o bien de analíticas con amplias
horquillas cronológicas. También debemos diferenciar
entre la civitas como fenómeno urbanístico y la comunidad urbana estructurada. La etapa visigoda culminó un
proceso de desnaturalización de lo urbano que se inició
en la crisis de los siglos ii al iii dC. Más allá del factor aglutinador eclesiástico y de la pervivencia de murallas, como
elemento de protección de una comunidad agrourbana,
las ciudades no tenían una clara estructura organizativa.
◁ Detalle de trabajos arqueológicos realizados en el interior
de la Catedral de Tarragona en el año 2011. Foto autor.
Las ciudades visigodas en el nordeste peninsular. Josep Maria Macias Solé
Solo los factores eclesiásticos, comerciales y militares constituyeron los ejes vertebradores de unas nuevas
comunidades urbanas que se encontraban desprotegidas
ante las nuevas estructuras de poder. Sobre el primero, junto a la actividad constructiva, documentamos áreas funerarias intramuros, a menudo cerca de los antiguos foros romanos, o extramuros. Son lugares donde más adelante se
localizan parroquias o santuarios periurbanos medievales,
que reflejan un fenómeno de continuidad y preeminencia
urbanística que, en algunos casos, superaron períodos de
interrupción por la ocupación islámica. La actividad comercial se detecta a partir del numerario y de los materiales de importación recuperados. En cuanto al talante militar, las fortificaciones del territorio o las nuevas ciudades
de l’Esquerda y València la Vella permiten reconocer una
alta capacidad de organización del mundo visigótico.
En su mayoría, las ciudades de esta época presentan una ocupación pseudourbana en donde hay una
desestructuración de los servicios propios de una ciudad
tal como los conociéramos en el Alto Imperio romano. La
«gestión municipal» se debía encontrar en manos de las
jerarquías eclesiásticas y del comes visigótico. Por otro
lado, en los grandes espacios comerciales (teloneum,
cataplus, etc.), la fiscalización del Reino visigótico fue
evidente. Ciudades como Tarracona o Barcinona emitieron moneda y las recientes excavaciones han demostrado que había hornos de fundición de metales y/o vidrio.
Hemos documentado la pervivencia de espacios termales y posibles áreas de almacenamiento que ofrecen una
visión urbana que, progresivamente, mejora nuestra percepción sobre la ciudad premedieval.
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